Bienvenidos al barrio de la Merced de Jaén, aquí podrás concer su historia, tradiciones, monumentos, accesos, servicios, asociación vecinal, denuncias y carencias y otros muchos datos de interés. Lo más completo sobre el barrio de la Merced de Jaén.
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martes, 16 de octubre de 2018

De bodas y barrenderos en la plaza de la Merced.


Qué bonito es casarse! Uno de los días más hermosos de nuestra vida, bueno eso... si a los pocos meses no damos la espantá y estamos con los papeles del divorcio en mano.
La celebración de una boda es algo muy importante, en la que están implicados los novios, familiares, amigos y resto de invitados. Nos esforzamos en prepararla con todo el amor del mundo, no escatimamos en proyectos y gastos... Yo he vivido esa experiencia y es verdaderamente ilusionante pero ¿nos hemos parado a pensar que algunas veces, esa celebración deja algunas secuelas molestas para personas ajenas a nuestra celebración?
Esto es lo que viene habitualmente a suceder en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Merced y en su hermosa plaza, llena de monumentos históricos y visitada con frecuencia por numerosos turistas y visitantes que, generalmente los fines de semana, se acercan a esta zona que viene muy bien señalizada en los folletos turísticos de la capital.
Al finalizar la ceremonia, como se acostumbra en casi todos los templos de la ciudad, los familiares y amigos esperan a la puerta, formando un círculo a los recién casados y se produce el momento emocionante de la lluvia de arroz, que en la actualidad se magnifica con la presencia de coros, o la tuna cantando o arrojando todo tipo de artilugios más actuales como pétalos, y serpentinas de colores lanzadas a presión por artilugios de todo tipo. Precioso pero... ¿qué sucede cuando todos los participantes se marchan y la plaza queda en soledad tras tan emotivo acto? Pues ocurre lo que vemos en las imágenes que os ofrecemos a continuación.

  

  
    

Da igual la boda que sea, no nos estamos refiriendo a ninguna en concreto, pues ya hemos publicado anteriormente imágenes de celebraciones pasadas. Ocurre lo que estamos viendo. En primer lugar, el sacristán de la parroquia, nuestro querido Domingo, tiene que ponerse a currar casi un par de horas, para limpiar primero toda la entrada e interior el templo y posteriormente, con toda la premura posible, barrer la zona de la entrada al templo en la plaza, pues si tarda mucho, el vientecillo habitual que juguetea caprichoso por la Merced, esparce toda esta amalgama de arroz, pétalos y palelillos y se forma la de San Quintín.
Con todo y con eso, y a pesar del interés de Domingo, siempre quedan restos, que van a parar a las diferentes esquinas de la plaza, a los sumideros (a los que atrancan) y a los bajos de los árboles, en su enrejado.
El resultado ciertamente es descorazonador. No tenemos que realizar ningún comentario, las imágenes hablan por si solas. Y yo me pregunto... todos estos familiares y amigos de los novios, que con tanto cariño preparan este momento, y que se "rascan" el bolsillo en toda esta parafernalia, porque estos "accesorios" cuestan un dinerito ¿porqué no se rascan el bolsillo un poquito más y pagan a una persona para que limpie este desaguisado que cada fin de semana deja el barrio así de sucio. La celebración de una boda no es un negocio en el que "compramos" un acto y ya por eso tenemos derecho a todo. Nos quejamos de que Jaén está muy sucio y entonces ¿cómo explicamos esto? Os dejo con esta reflexión.

Pero es que para más "INRI" este problema de suciedad del fin de semana en la Merced, se agrava con la falta de barrenderos desde el sábado hasta el lunes, con lo que toda esta suciedad, está en movimiento durante el fin de semana, recorriendo toda la plaza en cuanto una pizca de aire se produce, y nos encontramos siempre una plaza en las condiciones que veis en las siguientes fotografías.
¿Qué pensaran los turistas que se acercan los fines de semana por esta zona? La imagen que se llevan de la plaza si intentan sacar una panorámica es así de estremecedora y vergonzante. Señores del consistorio, por favor, una y otra vez venimos a reclamar barrenderos durante el fin de semana para esta zona tan importante y visitada de la ciudad. Esto no puede seguir así, y menos aún con una sola papelera en el entorno.
Afortunadamente, vecinos como Miguel y Manolo, se aprestan como amantes de esta zona, que frecuentan y de la que disfrutan desde los bancos que hay frente a la iglesia, limpian, y se preocupan de quitar "lo más gordo" en algunas ocasiones, pero eso no es así.

¡¡¡ Barrendero y limpieza los fines de semana
en la Merced YA !!!

La junta directiva de la asociación de vecinos en pleno, con una foto, pero no posando en el pilar, si no en el centro de toda esta suciedad, para reivindicar al consistorio este problema que además muchos de sus directivos ven a diario y como es natural los fines de semana, debería ser la primera en dar ejemplo. Esto no se puede seguir permitiendo si queremos que nuestro barrio sea un monumento y sea respetado como tal. Y la ciudadanía, más solidaridad. Seguro que en nuestra casa no hacemos estas cosas. La calle también es nuestra casa, es la de todos los jiennenses, vamos a cuidarla, vamos a mimarla, vamos a dejar de traer los perritos para que nos regalan sus orines y defecaciones. Ya está bien, ciudadanos de Jaén, vamos a ser responsables, que luego, enseguida nos molestamos cuando se nos dice que somos unos guarros.

  

viernes, 12 de octubre de 2018

Calle Joaquín Costa (del Duende)


Es una de las calles más típicas de este popular barrio de la Merced, que se caracteriza por su sinuoso trazado, pero al mismo tiempo una de las mejor cuidadas de la zona, gracias al empeño de un buen grupo de vecinas que, a pesar de ir soportando como pueden la pesada lacra de los años, aunan esfuerzos, ganas e ilusión, para que la calle Joaquín Costa, más conocida como del Duende, sea mostrada por sus moradores como una de las más limpias y mejor engalanadas del barrio.
Desde parte alta del tramo más recto de la calle, obtenemos esta fotografía que es típica no solo para los vecinos del barrio, sino para todo aquel amante de la fotografía, en la que sobre los tejados del fondo, destaca sobresaliendo esbelta y majestuosa la torre del reloj de la catedral.

Manuel López Pérez, en su obra "El viejo Jaén", nos aporta el siguiente texto sobre esta típica calle:

"Olvidada entre el dédalo de callejuelas que suben hacia la Merced, anda la callejuela que todos llaman del Duende. Antaño se creía a pies juntillas en unos hombrecillos, serviciales y a la vez traviesos, que habitaban algunas casas provocando con sus andanzas sobresaltos y quebraderos de cabeza a sus dueños. Por aquí debió haber alguno de lustre y fama, porque esta calle, quebrada, de escaso tránsito, siempre se llamó del Duende.


En el número 4 tuvo su notaría el ilustre pensador y polígrafo Joaquín Costa y Martínez (1844-1911) que trabajó en Jaén en los años de 1888 a 1895.
Por este motivo, a su fallecimiento, el Municipio acordó dar su nombre a la calle, colocando al efecto un bello rótulo de cerámica talaverana salido de los talleres de Ruíz de Luna.
Mas el pueblo, que es pertinaz en sus costumbres, sigue aferrado a la antigua denominación, quizás porque la calle, pese al abandono que sufre el casco viejo, sigue teniendo un especial encanto, un indudable duende."
(Al respecto del nombre de esta calle, hemos de hacer constar que existe otra calle Duende de la Magdalena, en el barrio del mismo nombre.)

En el número 7 de esta calle, destaca una gran casa señorial, perfectamente remodelada en la actualidad, con hermoso patio interior, y que aparece en el Catálogo Monumental de la Ciudad de Jaén y su Término, con la siguiente reseña: Portada en piedra, de pilastras planas. Portón de clavazón. Altillo típico.

  

  

Hace unos años, esta calle se hizo famosa en el barrio por un vecino que "no andaba bien de la cabeza", sorprendía, amenazaba y asaltaba a niños y mujeres, y estuvo a punto de provocar una oleada de pánico en el barrio y especialmente en la calle Joaquín Costa, aunque la magnífica actuación de la policía local y nacional y las decididas y valientes denuncias de algunos vecinos y vecinas de la zona en especial de esta calle consiguieron que tal "peligro" desapareciese radicalmente de "su" calle y del barrio.

  
La calle Joaquín Costa, tiene su inicio en la confluencia con la calle Obispo Arquellada, según muestran las fotografías de la parte superior. Esta zona nos ofrece un suelo bastante deteriorado con las fachadas de algunas de las casas igualmente en estado de descuido y abandono. Los vecinos sufren con paciencia y resignación la lacra de la ocupación ilegal, que no encuentra solución definitiva.
En esta parte de la calle, a la derecha, en un bajo, estuvo activo una especie de pequeño tablao flamenco con el nombre de "La cueva de Luisillo", donde se escuchaba el buen cante y se disfrutaba del sonido incomparable de la guitarra flamenca, pero debido a un hecho luctuoso ocurrido en su interior que dio como resultado una pequeña bronca con resultado de un muerto, se cerró definitivamente y nada más se supo de aquel local.

A la altura del número 4 actual, se produce el primer gran cambio en la trayectoria de esta zigzagueante calle, que como podemos ver en esta magnífica panorámica realiza un giro de 90 grados para que podamos encarar su tramo más recto. Esta parte de la calle está muy cuidada por sus vecinos, que tienen magníficamente decorados sus balcones, y el suelo "limpio como una patena" tal y como nos aseguraba una de sus vecinas más antiguas.

  
Según hemos visto anteriormente, Manuel López Pérez cita este número 4 de la calle donde ejerció como notario durante algún tiempo Joaquín Costa, aunque nos asalta la duda de su ubicación exacta ya que esta calle, como otras muchas en la ciudad, sufrió una reestructuración en el orden de numeración. Otros estudios la ubican en el número 7, que es la casa señorial que anteriormente aparece en nuestro reportaje fotográfico.

Manuel Fernández Espinosa, en un artículo publicado en el blog decassia en septiembre de 2013 con el título de "Algunas de las andanzas de Joaquín Costa en Jaén", nos comenta el siguiente texto relativo al domicilio de Joaquín Costa en nuestra ciudad: "en 1888 ganó unas oposiciones a Notarías en Granada y a finales de noviembre de ese mismo año lo vemos instalado en Jaén, ocupando con su despacho notarial un local alquilado al Conde de Corbiel, en la calle Maestra Baja (la actual calle Maestra). Más tarde, en abril de 1889 Joaquín Costa se acomodó con su despacho en otro local, sito éste en la plaza de San Francisco, nº 27. Allí trasladó su notaría, en el piso principal que quedaba encima de la entonces famosa librería Fe. Mientras residió en Jaén, el gran regeneracionista oscense vivió en la calle del Duende. Esta calle, tras el fallecimiento de Costa, mudó su nombre por el que actualmente lleva y que lo recuerda: “calle Joaquín Costa”. Esta mudanza de callejero se debió a las instancias que uno de los grandes amigos jaeneros de Joaquín, D. Julián Espejo y García, elevó al Ayuntamiento de Jaén."

  
Ejemplo de balcones perfectamente engalanados con macetas en el tramo más recto de la calle.


  
Finalmente, y tras un nuevo giro de 90 grados, la calle finaliza en su confluencia con la calle Merced Baja. El pavimento que adorna el suelo de esta calle es muy uniforme en toda ella y como podemos observar en el reportaje, efectivamente sus vecinos la cuidan (salvo rafas excepciones), la miman y mantienen en un estado de limpieza digno de elogio.

Típica calle del barrio de la Merced, con su pequeña historia vecinal, y que tuvo el honor de recibir a uno de esos personajes que han destacado por su trayectoria y amor a la patria, en esta historia de nuestra querida España. Sus vecinos se sienten orgullosos de que el nombre de Joaquín Costa lleve la zona donde viven, aunque no pueden evitar, que la tradición popular siga aún conociéndola como la calle del Duende.

El Callejón del Duende.


La calle Joaquín Costa es una de esas calles estrechas tradicionales del barrio de la Merced y que además tiene un bonito encanto por su trazado revirado y por conservar algunas casas antiguas. Todavía por muchos es conocida como el callejón del Duende, incluso algunos siguen nombrándola como el callejón del Duende de Santa María. ¿Por qué es conocida esta calle por ese nombre? Pues por una leyenda que allí tuvo nacimiento y que les escribo basándome en la versión extendida que Manuel Pestaña Sánchez hiciera en su momento:
Hacia el año 1880 una de las casas de esta calle estaba habitada por un solitario hombre que se daba a conocer como Domingo, de unos sesenta años, con aspecto de extranjero y que, aunque hablaba un correcto castellano, no podía disimular un cierto e indeterminado acento foráneo. Llevaba viviendo allí unos dos años y a pesar de que no era una persona muy dada al diálogo con los vecinos se le veía con agrado pues era de amable saludo y trato.
Todos los días, muy de mañana, en invierno incluso antes de la salida del sol, salía de su casa y se marchaba para no volver hasta eso de las cinco de la tarde. Luego, casi a las diez de la noche, volvía a marcharse regresando bastante más allá de la medianoche. Cuando algún curioso vecino le preguntaba acerca de su oficio o dedicación solo sonreía y respondía “negocios, negocios”.
Uno de los vecinos era especialmente curioso, se llamaba Enrique, y estaba tan intrigado por el misterioso hombre que llegó a la obsesión por enterarse de lo que hacía y de quién sería Domingo. Una noche, poco después de que saliera el enigmático vecino de su casa, con mucha cautela Enrique se llegó a la puerta de dicha casa y provisto de un gran manojo de llaves estuvo un buen rato probando una tras otra intentando abrirla sin conseguirlo.

No se desanimó el obsesionado Enrique y a la noche siguiente volvió a intentarlo con otras llaves y esa vez sí lo logró. Una de las llaves entró en la cerradura más suavemente que las demás y al girarla la puerta con un leve crujido se abrió. Entró sigilosamente en la casa, encendió la linterna de aceite que llevaba y comenzó a andar despacio por la casa, no encontrando nada fuera de lo normal hasta que llegó a un salón, en donde se llevó un buen susto cuando de repente vio frente a él un esqueleto humano que colgaba de la pared. Apenas repuesto del sobresalto se puso a mirar una gran mesa llena de libros y papeles de aspecto muy viejo. En una estantería observó muchos frascos conteniendo líquidos de diversos colores y polvos de todas clases. En una de las paredes había sujeto un pergamino con una especie de plano dibujado que no tenía ni idea de lo que podía representar. En otra mesa vio objetos extraños que no acertaba ni remotamente para qué podrían servir y hasta cogió alguno de ellos imprudentemente. Había allí un gran vaso de cristal conteniendo un líquido viscoso entre el cual había unas piezas que dedujo serían de hierro y otras piezas que parecían muelles que iban a introducirse en una caja metálica. Nada entendía Enrique, un sencillo labriego que como tantos otros era analfabeto. A la vista de tanta cosa rara empezó a inquietarse y decidió irse ya de aquella extraña casa, cerrando de nuevo perfectamente la puerta y dirigiéndose casi corriendo a la suya. Aquella noche Enrique tardó en dormirse.
Cuando regresó Domingo bien pasada la medianoche notó en el salón que allí había estado alguien. Y entonces pensó hacer algo a partir de mañana.
Como si nada hubiera pasado, al día siguiente Domingo se marchó al alba y regresó a su casa a las cinco de la tarde, pero en esta ocasión portaba una caja grande envuelta en una tela. Estuvo haciéndose un rato el entretenido antes de penetrar en su casa con el objetivo de atraer la atención sobre lo que llevaba a fin de despertar la curiosidad de los vecinos que lo pudieran estar viendo, cosa que consiguió de parte de Enrique que le observaba oculto desde una ventana.
Llegada la noche y una vez que Domingo se fue de nuevo de la casa, Enrique volvió a plantarse delante de la puerta de su vecino dispuesto a entrar y averiguar lo que era esa caja y su contenido, y a pesar del cierto miedo que ya le daba la casa no podía resistirse a calmar su insana curiosidad. En casi total oscuridad miró estando junto a la puerta hacia un lado y otro de la calle, hacia las casas y sus ventanas, y cuando ya consideró que nadie lo observaba procedió a introducir la llave en la cerradura. Pero en aquel mismo instante se produjo una cegadora luz como si de un relámpago se tratara a la par que sonaba un gran crujido como si se le fuera a caer la puerta encima, y además un fuerte golpe invisible en la mano le hizo caer al suelo. Al asomarse la sobresaltada vecindad a las ventanas, Enrique, al verse sorprendido y en el suelo, comenzó a gritar como un loco diciendo que le había atacado algo que parecía un fantasma o un duende endemoniado. Rápidamente fue socorrido y llevado a su casa seguido de muchos vecinos que asustados querían saber los pormenores de tan insólito suceso. Una vez algo calmado, explicó a su familia y a los demás que había salido de casa un momento a comprar tabaco y que cuando regresaba, estando sacando la llave para entrar a su casa, recibió un fuerte golpe en la mano por algún ser invisible que en un instante dio un crujido y se iluminó como si fuera un rayo. Enrique contó la verdad a medias pues obviamente no quería decir que aquello le había sucedido queriendo entrar en la casa de Domingo. Aquel suceso causó una gran conmoción en las personas, invadiendo sus almas un indescriptible temor hacia la presencia de algún malvado duende que había tomado la calle. Pasado un largo rato se volvieron a sus casas a dormir, pues ya era muy tarde, dejando a un Enrique que no terminaba de calmarse. Aquella noche Enrique apenas durmió.
No vieron a Domingo hasta la siguiente tarde a eso de las cinco, que volvía a su casa. Fue rodeado por varias personas que le contaron lo ocurrido al tiempo que le rogaban ansiosamente por saber si él conocía alguna explicación sobre aquello. El hombre decía no tener ni idea de lo que pudiera ser, pero sin embargo con una leve sonrisa apuntó que pudiera tratarse de algún duende enfadado, por lo que consultaría en unos libros que guardaba donde explicaban bastantes cosas sobre estos asuntos. Aquellas personas, que eran tan llanas e ignorantes, creyeron ciegamente lo que Domingo les dijo.
Pasados varios días, una tarde se acercó Domingo a casa de Enrique rogándole que le siguiera hasta la suya. En un principio éste dudó pero viendo con la amabilidad y cortesía que le trataba decidió seguirle a su casa. Ya en el interior, le invitó a entrar en una acogedora sala cercana a la puerta y allí se acomodaron. Con una cordial sonrisa aunque un poco irónica dijo Domingo a su invitado:
- Amigo Enrique, sé perfectamente lo que te ocurrió el otro día, pero no temas que vaya a denunciarte, pues sé de tu carácter curioso al máximo y me explico tu forma de proceder aunque no sea correcta.
Enrique, incómodo y nervioso, pidió perdón diciendo que no pensara ni remotamente que le hubiera movido el deseo de robarle, solo el saber algo sobre su misteriosa vida.
Domingo, que no dejaba de sonreir, levantándose indicó a su vecino que le siguiera hasta el salón y una vez allí le dijo:
- Como quiera que ya no es necesario seguir con misterios ni ocultaciones, te voy a dar satisfacción contándote todo sobre mí y haciéndote un buen regalo. Soy de raza judía y mi verdadero nombre es Jonás. Mis antepasados eran sefarditas que fueron expulsados de aquí por los Reyes Católicos. Al marchar de Jaén, mis antepasados, en la creencia de que pronto volverían, dejaron en su casa un rico tesoro escondido, no llevándolo consigo por temor a que le fuera incautado o robado en el viaje. Fueron pasando los años y los siglos hasta quedar olvidado ese tesoro, si bien la añoranza por volver a nuestra vieja casa no la perdimos nunca. Hace unos tres años descubrí, allá en mi casa en el extranjero donde residimos, unos antiquísimos documentos y un plano, que es ese que ves ahí en la pared. En ellos se hablaba de la ocultación del tesoro y se señala el lugar y la casa. Con la alegría de tan feliz hallazgo, dejé mis ocupaciones que son la medicina, como podrás ver por todos esos medicamentos e ingredientes que guardo en la vitrina y también por ese esqueleto que me acompaña, y me vine a Jaén. Compré esta casa así como otra en el barrio del Arrabalejo, que es precisamente la que fue nuestra antiguamente aunque se encuentra muy reformada. Al fin de no levantar sospechas he estado viviendo aquí y no en la otra, si bien todos los días iba allí a buscar lo que ya sabes, hasta que por fin lo encontré después de muchos trabajos.
Tras una ligera pausa, Domingo continuó hablándole a Enrique:
- Quiero pedirte un favor que espero no me negarás, y es dejarte las llaves de ambas casas a fin de que cuides de ellas hasta que las circunstancias me sean propicias y pueda volver con mi familia a establecerme aquí. Mientras, te hago entrega de esta buena cantidad de monedas de oro con lo que creo que estará más que sobradamente pagada tu labor.
Enrique quedó maravillado y con gran emoción al tener entre sus manos aquel montón de monedas de oro que le aseguraban el resto de su vida con comodidad.
Calmada ya su curiosidad y tan bien pagado por tan poco, solo le quedaba una cosa por saber, y era cómo se produjo la luz, el estrépito y el golpe en su mano. Para ello le señaló Domingo o, mejor dicho, Jonás el extraño y gran vaso, explicándole que se trataba de una pila productora de electricidad, la cual había conectado a la cerradura de la puerta produciendo todo aquello que creyó obra de un duende. No quedó Enrique muy convencido, ya que en su ignorancia desconocía todo lo relacionado con la electricidad, que por aquel entonces también para la mayoría de las gentes era algo extraño. Sin embargo, prometió no acercarse nunca a tan raro aparato después de que hubo visto algunas demostraciones de contactos y chispazos que le hiciera su anfitrión.
Para terminar, pidió Domingo, o Jonás, a Enrique que no dijera nada a nadie hasta pasado algún tiempo, por temor a que la justicia tratara de quitarle el tesoro, advirtiéndole del mismo modo que tuviera cuidado al vender sus monedas pues pudieran incautárselas.
Al día siguiente se marchó Domingo, el judío Jonás, y nunca más se supo de él ni de su familia.
No conocemos a quien iría a parar la propiedad de las casas con el tiempo, solo sabemos que Enrique se cuidó mucho de no contar a nadie lo del tesoro y solo dijo haberle dejado Domingo al cuidado de las dos viviendas.
A la gente se le fue olvidando el miedo, aunque desde entonces comenzaron a llamar al callejón como el del duende y así continúa su recuerdo hasta hoy.
Tan solo cuando Enrique estaba próximo a morir contó la verdad de todo a sus hijos, que aunque quisieron en un principio ser discretos contaron esta historia, bueno, en fin, esta leyenda…





Colaboración: José Torres Fernández.
Fotografías: Youtube.